LITERATURA Y FOTOGRAFÍA
Madrid, 13 de marzo de 2019
Por Pedro Taracena Gil
Siempre que el fotógrafo concibe
en su fantasía, una imagen, está escribiendo una página literaria. Las imágenes
se convierten en letras y los objetos fotografiados rebasan la realidad. El
mar, el cielo, la aurora, el ocaso, abandonan su apariencia real y nos
transportan a un sinfín de percepciones. El cielo y el mar abandonan los
marinos y cobaltos, para presentar un amanecer enladrillado de estaño y un
atardecer abrasivo, como si el horizonte se inmolara en una luminosa hoguera.
Una toma ambiental se convierte
en página lírica cuando, el fotógrafo, ha logrado meter en la escena todo lo
que no se ve. Recordemos imágenes del fotógrafo francés, Robert Doisneau, de
ciertas entradas del metro de París. Lo que menos se contempla es una boca de
metro, allí el modernismo de principios de siglo, evoca el París de la
Resistencia, el amor, la vida cotidiana. Siempre que contemplemos una porción
de los inconfundibles azulejos del suburbano, se producirá una abstracción
hacia otras percepciones. Una vieja ventana, toda una historia.
El fotógrafo, como el escritor,
en su mundo fantástico, ve muchas más realidades que el objetivo de su cámara.
Hay fotografías que pasan a ser, páginas breves y a veces grandes relatos.
Cuando contemplamos una exposición fotográfica, legado de un autor, estamos
leyendo las memorias de su época. Todo aquello que fue capaz de ver y que ahora
gozamos de su percepción. Es real que lleguemos a contemplar imágenes que él
imaginó y que nos transmite a través de sus copias, pero sólo en el contenido
fantástico que desborda la mancha fotográfica.
El álbum personal y los libros de
autor, son auténticos obras narrativas. Cuando estamos ante una obra de arte
fotográfica, los comentarios y crónicas de los críticos, poco pueden añadir a
las sensaciones vividas por el espectador, en este caso, lector de estas obras.
No siempre el mismo fotógrafo es consciente de que es autor de esta realidad,
de poemas hermosos y de una lírica desbordante.
En mi vocación tardía de
escribidor, que no de escritor, estoy descubriendo que los fotógrafos escriben,
atrapando la luz en su cámara oscura, y sin embargo, nos privan de los textos a
través de su pluma. Los tiempos que corren, paradoja de la vida, ponen en
nuestras manos una misma herramienta para escribir e ilustrar esta doble manera
de expresión artística. El autor puede bajarse una imagen a su pantalla de
ordenador y al mismo tiempo, plasmar sus percepciones. Todo ello en el mismo
soporte. No obstante, habitualmente estamos condenados al divorcio, entre el
autor del reportaje y su cronista. Sería más enriquecedor que, el autor
presentara su obra desnuda; aportando la crítica didáctica y pedagógica de sus
imágenes. Siempre que fuere posible, el fotógrafo no debía renunciar a
completar su página literaria.
No pocos autores mantienen que
una imagen vale más que mil palabras. La primera lectura de una imagen
fotográfica, se percibe en el mundo de las emociones. A veces esta emotividad
es tan afectiva que se pierde cualquier otra percepción. Si se supera o
abandona esta primera impresión, otras facetas aguardan nuestra atención.
Encuadre, contraste, textura, enfoque, contenido. La primera lectura irrumpe en
nuestra sensibilidad personal. “Me gusta o me desagrada”. “Me implico o
abandono la escena”. Es una visión subjetiva, vista con los prejuicios del
observador. Un desnudo femenino o masculino, conquista la sensualidad y
sexualidad íntima de quien la contempla. Un ambiente de un pueblo, “me llega o
no me llega”. Pero si descubro que este pueblo, es el mío y en la calle veo
reflejada toda mi adolescencia, entonces, esa imagen invadirá mis emociones. No
obstante, superado el momento de nuestra subjetividad, un mundo preñado de fantasías
nos espera. Y por supuesto las imágenes nos transportarán donde el autor haya
deseado y quizás mucho más allá. Sentiremos lo mismo que el fotógrafo nos haya
deseado transmitir. Y viajaremos con nuestra imaginación a otros mundos
inimaginables por el autor. Una escena real nos puede catapultar hacia lo
abstracto y unas sombras insinuantes nos pueden hacer vivir lo concreto. Estos
planteamientos, nos ayudarán a gozar en la lectura de las imágenes y leer entre
líneas, la fantasía de los fotógrafos.
La narrativa de Cervantes nos
permite ahora, contemplar las imágenes que fue capaz de plasmar con su pluma.
Gran maestro del lenguaje y perfecto fotógrafo de su época. Narrador y
retratista. “Monstruo de la Naturaleza“. Acercó el objetivo de su talento al fondo
del ser humano y con su gran angular captó el disparate del mundo como nadie.
Don Miguel con su narrativa utilizó todos los recursos de la fotografía: El
retrato y el paisaje. El periodismo audiovisual y las crónicas sociales
preñadas de ilustraciones magistrales. Si no hubiera dominado el arte de
expresar con el verbo las imágenes que bullían en su mente, los grabadores
posteriores, no podrían haber perpetuado los retratos de sus personajes y la
sociedad de su tiempo, con tanta nitidez, textura y profundidad de campo.
Artículo publicado en el Boletín
de la Real Sociedad Fotográfica
COLECCIÓN ALFONSO PELAYO ENRÍQUEZ