Foto: GUILLEM VALLE
El artículo de Peio H. Riaño sobre el ensayo de Juan Fontcuberta, recoge el momento de ruptura que estamos viviendo en el universo de la imagen. Aunque muchos lo estemos percibiendo desde hace tiempo, y no pocos nostálgicos de su fotografía creativa, con derechos exclusivos y excluyentes, se resistan a reconocer, la dicotomía entre la fotografía analógica, tradicional o clásica y la era digital es evidente e irreversible. Aunque se cuestione si el nombre de las nuevas imágenes deban cobijarse bajo el mismo nombre. Los barones históricos de la fotografía obtenida por medio de una cámara, donde se introducía un rollo o carrete de celuloide, todos ellos, gozaron de su creatividad personal. Algunos tuvieron sus momentos de gloria. En blanco y negro en principio, y en color con posterioridad; manipulando a través del cocinado en su laboratorio químico la obtención de las mejores copias. Evidentemente con las nuevas tecnologías, cualquiera que tenga en sus manos una de estas nuevas herramientas, queramos o no, se ha convertido en un fotógrafo. Este nuevo formato no solamente ha popularizado la fotografía creativa, sino la documentalista y el fotoperiodismo. Podemos aceptar peyorativamente si esto nos satisface que la fotografía se ha banalizado. Pero no podemos negar que esta modalidad es más próxima, rápida y sólo es poseedor de la primicia aquel que estaba allí, en el lugar de los hechos. No el profesional ávido de la exclusiva. El análisis que hace Fontcuberta es valiente, sagaz y huye de cualquier corporativismo gremial. La fotografía analógica o antigua fotografía, toma parte de la Historia con mayúscula. Las nuevas tecnologías al servicio de las comunicaciones y las variantes audiovisuales, queramos o no, han hecho saltar por los aires los viejos oficios del periodismo gráfico y por supuesto del retratista Que más tarde se generalizaría bajo la denominación de fotógrafo. Los fotógrafos contemporáneos que se han visto obligados a su puesta al día, se pueden seguir llamando fotógrafos, pero la obtención de una imagen en el siglo XXI, nada tiene que ver con las tomadas en el siglo anterior. En esta inevitable banalización las imágenes se generan por millones. Cada persona que crea imágenes con soporte digital, las reproduce por miles. Es fácil deducir que esta situación hace disminuir el número de fotógrafos estrella. Aumentando los amateurs, es decir los amantes de la fotografía y teniendo más dificultades los profesionales, que pretendan vivir de ella. El ensayo de Fontcuberta marca una línea divisoria entre dos épocas. La fotografía clásica y la era digital. Ambas marcan y establecen acciones diferentes a emprender:
1. La fotografía antigua o analógica ha entrado en la Historia y como tal es preciso cuidar, conservar y divulgar. No solamente de los fotógrafos estrella, sino de todos los fotógrafos que escribieron la historia de España en imágenes. La España oficial y la España oculta. Sobre todo el NEORREALISMO HISPANO que yace en los baúles de muchos fotógrafos que supieron retratar lo que la cultura imperante decidía ocultar. En estas polvorientas maletas no guardan suculentos tesoros periodísticos de especulación oportunista. Sin trofeos y medallas su nombre no aparece en ningún cuadro de honor. Es de lamentar que la nula sensibilidad del Gobierno por este tema, le haya llevado a renunciar a disponer de un Museo Nacional de la Fotografía.
2. Los profesionales de las nuevas ciencias audiovisuales, un vasto compendio de nuevas tecnologías de la imagen, el sonido y las telecomunicaciones, tienen un reto histórico. O se adaptan a los nuevos tiempos o serán engullidos por la banalización. Las discusiones y discrepancia de índole cualitativa de ambos mundos, no conducen a ninguna parte. Más aún, la contaminación provocada por empeñarse en albergar universos distintos bajo una misma nomenclatura fotográfica, es un disparate que sólo sirve para confundir. Lo digital es otra cosa y protagoniza otra era.
LA CÁMARA DE PANDORA de la fotografía contenía todos los aperos de la fotografía tradicional, así como sus tabúes, exclusivas, marginaciones, comisarios, coleccionistas, derechos de autor y un sinfín de jueces implacables con la obra ajena. Pero del mismo modo que cuando en el mito griego, Pandora vencida por la curiosidad abrió la caja; saliendo todo lo bueno y lo malo, en la caja de Fontcuberta también queda la Esperanza. La Esperanza de romper el paradigma fotográfico mantenido hasta ahora. El proceso fotográfico de Louis Daguerre y Nicéphoro Niépce ya son historia. No resulta banal que Joan Fontcuberta lance esta crítica desde el interior de la retratería, del taller del fotógrafo. Todo esto dicho desde fuera del mundo fotográfico, sonaría de otro modo. Por este motivo está muy acertada la concesión del Premio Nacional de Ensayo. Pedro Taracena Gil
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